LA ALEGRIA DE VIVIR
Por Omar Cervantes/ Especialista en Adicciones
Todos los días en mi camino alrededor de las 3 de la tarde paso por una pequeña calle llamada Fuente de Trevi, entre 15 de mayo y Hermanos Serdán, donde ya es habitual observar a un señor de edad avanzada cómo desde su silla en el camellón saluda amablemente a todos los automovilistas, en algunas ocasiones levantando el dedo pulgar como para hacer más cercana su interacción con decenas o quizás centenas de personas a las que no conoce pero con las que cotidianamente interactúa, como parte de sus hábitos y distracciones en las que parecería que sacar su asiento y acomodarse en su lugar para ver los autos pasar es un gusto y lo hace plácidamente, mientras la vida pasa también.
Esta escena cotidiana aparentemente sin importancia me despierta esa sensación de la plenitud cuando se ha cumplido con la vida cabalmente y no queda más que sentarse a disfrutarla, venga como venga, con la alegría y la despreocupación de vivir, dos características a las que todos los seres humanos aspiramos.
Describir esta escena y lo que me evoca cada vez que la veo, me conecta con las 12 promesas del programa de los 12 pasos de alcohólicos anónimos y de otros grupos de anónimos, en las que se dice que una vez que se ha aprendido a caminar por la recuperación se conseguirá la alegría de vivir y la despreocupación por la vida, viviendo en plenitud y practicando la fe que obra.
Cuando le comento a un enfermo adicto estas promesas usualmente siempre se pone una cara de “estás exagerando” porque se piensa que el único objetivo de la recuperación es dejar de consumir alcohol y drogas, lo que en realidad es apenas el primer paso del programa solamente.
En los diagnósticos a los pacientes adictos es común notar este escepticismo cuando se habla de alegría, plenitud, desapego o despreocupación, cuando en muchos de los casos lo único que se llega buscando es una fórmula que les alivie el sufrimiento de la enfermedad y sus consecuencias.
Algunos incluso llegan al consultorio, a las clínicas o a los grupos de ayuda mutua, con esa necesidad de reconocimiento y afecto del que carecieron en su vida, por ello en la máscara de la soberbia muchas veces esconden sus emociones y como se dicen entre ellos, “buscan el prestigio entre los desprestigiados” y dicen que con dejar de consumir es suficiente.
Afortunadamente, infinidad de testimonios en el mundo nos dejan ver que, una vez superada la obsesión por la sustancia y se logra la abstinencia, sin importar cuál sea el tratamiento que se esté siguiendo, hay por delante un camino hacia la recuperación plena, la sobriedad y a poder vivir algún día sin preocupaciones y con alegría, independientemente de cómo se presente la vida y sin necesidad de volver a consumir.